jueves, 5 de julio de 2007

* Conspiración, Horror y Eficiencia - Ulises Gallardo

Por: Ulises Gallardo A.

LA FASCINACIÓN DEL HORROR.

Sin duda, la primera reacción de cada uno de los asistentes a esta película será esa compleja mezcla de emociones que podríamos llamar fascinación.

Vemos con inmenso horror la absoluta falta de sensibilidad, la frialdad con que se discute, calcula y decide acerca de los problemas prácticos que acarrea la eliminación de miles, incluso millones de seres humanos, sin consideración de sexo, edad, condiciones sociales, económicas o culturales. Ni siquiera la condición de creyente o practicante de la religión a la que se le adscribe por su origen tiene importancia; a diferencia de otros episodios de racismo y antisemitismo históricos, como la persecución sufrida en la Europa medieval, no se les exige renunciar a sus creencias; su condición de católico, ateo o cualquier otra de ese tipo, no se toma en cuenta a la hora de incluirlos en las listas de destinados a la eliminación física.

Paradojas de la fascinación, no podemos apartar la vista de este horror. Algo en él se comunica con otros horrores profundamente instalados en nosotros mismos. Sobrevivientes de un período de nuestra historia marcado por la eliminación, en medio de dolor y violencia extremos, de miles de miembros de nuestra comunidad nacional, podríamos pensar que es esa memoria la que se despierta y revuelve ante la reconstrucción de los horrores nazis. Sin embargo, podemos dudarlo con sólo observar de cerca la composición del público que asiste a la película. Una mayoría de jóvenes que no tuvieron la experiencia directa de esa época; aunque hayan sabido de casos individuales terriblemente dolorosos, lo ven como un pálido reflejo, en su conjunto, del desmesurado proyecto nazi; también, entienden ambos procesos como parte de un período histórico superado y sin que se pueda prever su repetición en un plazo cercano.

Los otros, los sobrevivientes, contemporáneos de la dictadura, sabemos que fue otra lógica la que aquí operó. La lógica de la guerra, el uso del terror como herramienta para quebrar la voluntad de resistencia del adversario. Un adversario definido por esa voluntad de resistir: No fuimos elegidos por algún involuntario rasgo genético, sino que por una decisión consciente, de defender el proyecto histórico en que participábamos y oponernos a la instalación de otro de signo completamente contrario.

Debemos buscar en otro lado la fuente de la fascinación, ese impulso que nos mantiene con la vista clavada en el horror, como buscando una clave para entender algo que está en nosotros mismos, o que interpela temores profundamente anclados en el fondo de nuestra comprensión del mundo en que nacimos. Hay algo en esta película que nos habla de lo que debemos aceptar y de lo que debemos abandonar para ser parte de la sociedad en que nos encontramos.


LA FASCINACIÓN DE LA EFICIENCIA.

Como decíamos antes, no era esta la primera vez que Europa, principalmente, vivía los extremos del racismo y el antisemitismo. Esta idea de solucionar los problemas de una sociedad a través del sometimiento, o hasta la eliminación del otro, hunde sus raíces en la historia europea: en su población, formada por oleada tras oleada de invasores e inmigrantes; en su identidad religiosa, consolidada a fuerza de horca y hoguera para todo el que quisiera conservar otros dioses o siquiera versiones diferentes del mismo dios; en su crecimiento económico, basado en el empobrecimiento de los señores nobles y cristianos a manos de banqueros y prestamistas, a los que se reprochaba lo mismo que se les exigía, el ser buenos mercaderes y no cristianos.

El racismo había sido históricamente una conveniente herramienta política para desviar la atención de otros problemas, para administrar la mano de obra o las diversas crisis económicas. El antisemitismo nazi no es excepcional en la historia ni peculiar a un pueblo o a un grupo social, político o militar de la Alemania de principios del siglo XX. Cabe entonces preguntarse qué pudo haber llevado a la exacerbación de una tendencia a los extremos que conocemos y a ser discutida, planificada y organizada con la amoralidad y eficiencia con la que vemos hacerlo en la película que comentamos.

Una eficiencia, y es el caso aquí de decirlo, a cualquier costo. Ahí tenemos el fetiche al que se le sacrificarán millones de judíos, gitanos, homosexuales o deficientes mentales. Durante siglos, los poderosos justificaban la miseria a la que sometían a sus pueblos por la existencia de estos parásitos. Durante siglos, habían realizado periódicos pogromos (del ruso pogrom, demoler) para reordenar la economía de sus países o sus propias finanzas. Ahora, llegado el Reino de los mil años, era el momento de proceder con las soluciones radicales y definitivas.

Si el problema era la existencia de estos seres inferiores, pues se les eliminaría, con la eficiencia y la rapidez que había hecho la superioridad de la industria y de las armas alemanas en esos años. Con una eficiencia a cualquier costo, sin escrúpulos morales o religiosos. ¿Y porqué habrían de tenerlos? Eran los orgullosos continuadores de las mejores tradiciones de su pueblo y entre esas tradiciones estaba el entusiasmo de su pueblo por la ciencia y por la técnica. Eran la superioridad de la ciencia y la técnica alemanas la que los autorizaba a continuar con sus planes. También eran los depositarios de las antiguas costumbres y creencias de su pueblo, de espíritu inquieto que había dado algunas de las mentes más brillantes de la religión y la filosofía. Alemán había sido Martín Lutero, como también Hegel y Marx.

Pero hacía muchos años había comenzado una tendencia en el desarrollo del espíritu humano que probablemente pueda ayudarnos a comprender esta deriva criminal. Dada la estrecha alianza, casi fusión, de la Iglesia con el poder feudal, en el momento que comienza a desarrollarse un pensamiento científico en Europa, debe hacerlo desde fuera y contra las instituciones tradicionales del saber. Esas instituciones, más preocupadas de la legitimación y la conservación de las estructuras de poder medieval, habían desarrollado una forma de investigación altamente especulativa y sin ninguna preocupación por la técnica o las aplicaciones prácticas del conocimiento adquirido. Así, la nueva ciencia de los mercaderes y la naciente burguesía, impulsada por la necesidad de dar respuestas prácticas a los problemas concretos presentados por la exploración del mundo y el transporte de mercancías a largas distancias, desarrolla una concepción que deja de lado las preocupaciones filosóficas para privilegiar los métodos objetivos y los usos prácticos. Se produce una separación, incluso se crea una oposición entre ciencia y filosofía, entre lo que puede ser medido y pesado y lo que sólo se puede conocer por la fe o la especulación lógica; entre la búsqueda de lo que es exacto y verdadero y lo que es bueno, bello y conveniente.

Sin embargo, cada vez que dos aparentes opuestos se desgarran el uno del otro, y mientras más tiempo hallan estado fusionados, más violenta es la ruptura, algo de cada uno de ellos queda impregnado en el que se aleja. Así, habían sido demasiados años, siglos, en que la concepción del mundo estaba marcada por la noción de un dios único y una sola verdad. El esquema de un mundo perfecto pasaba por un orden en que había un modelo ideal en la cima y una serie de escalones o jerarquías que cada ser debía subir y recorrer para llegar a su completa realización.

Romper con esta visión jerarquizada del mundo era una tarea demasiado grande, incluso para los rebeldes hombres de ciencia del Renacimiento. Así, por ejemplo, cuando los viajes mostraron la variedad de civilizaciones en el mundo, los exploradores europeos sólo podían comprenderlas como escalones en el desarrollo de la humanidad, desarrollo en que, por supuesto, ellos se encontraban más cerca de la perfección de la cima.

Existe, entonces, una sola verdad y un solo modelo adecuado de cada cosa, y un solo camino para conocerla y alcanzarla. Todo lo que se opone al método científico y al avance de la ciencia, debe ser denunciado y combatido, como oscurantista y opuesto al progreso de la humanidad. Si existen dudas en cualquier momento, en relación a cualquier tema, será la investigación científica, libre de prejuicios y trabas de cualquier índole, la única garantía de que podamos encontrar la verdad. Si existen problemas para el progreso de la humanidad, tenemos el derecho y el deber de emplear todas las herramientas científicas a nuestro alcance para abrir el camino. Las disquisiciones éticas y filosóficas son un problema de los filósofos, dedicados a la especulación y la metafísica, que no deben interponerse en el camino de la investigación científica.

Si hay un solo camino, serán mejores los que avancen más rápido, porque así estarán más cerca de la verdad; no hay ninguna justificación para no avanzar cuando el camino está claro. Los mejores tienen el derecho y el deber de decidir por aquellos que están más atrás en el camino del progreso. De ahí la fascinación por la rapidez, la eficiencia, el orden, la limpieza y todos los demás atributos que se relacionan, en el imaginario de la modernidad, con la perfección científica. Frente a cada problema, hay una solución tecnológica, científica, y quienes están más adelante en el camino deben tomarla por el bien del conjunto.

El problema es cuando somos una mayoría que no estamos en las cercanías de la cumbre, que no tenemos el poder, la riqueza, la pureza de sangre o el color de piel que atestigüe nuestra vecindad con la perfección y nuestro derecho a decidir por todos. El problema es que así, con la eficiencia que se quiso eliminar a los judíos que estorbaban el desarrollo de la Alemania nazi, hoy se desplazan poblaciones de etíopes o mapuche, se contamina el aire y las aguas por industrias ultramodernas, se reordena el mapa de Irak o se devuelven al África los molestos inmigrantes que hasta ayer limpiaban las calles de Paris.

Quizás sea esa la fascinación que sentimos ante el grupo de nazis discutiendo la solución final al problema judío. El saber que nunca estaremos sentados en esa mesa, pero que cada día, en diferentes lujosas oficinas de grandes empresas y ministerios del mundo, hombres con similares poderes se sientan a discutir la forma más racional, científica y eficiente de disponer de nuestras pequeñas vidas.

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